miércoles, 18 de febrero de 2015

De reconocimientos, nacionalidades y asilos. Fernando Llorente


*Por Fernando Llorente, escritor; 17 de febrero de 2015
El próximo día 27 de febrero se cumplirán 39 años desde que en la madrugada se proclamara la RASD (República Árabe Saharaui Democrática), en Bir´Lehlu, Territorios Liberados del Sahara Occidental. Pocas horas después, en la sede del Cuartel General de El Aaiún, el reino de Marruecos izó por primera vez la bandera de la invasión y la ocupación, y España arrió, por última, la bandera de la cobardía, la traición y el abandono, tras casi un siglo de presencia colonial en el territorio.
En 1958, después de la adhesión de España a la ONU en 1956, el Estado español convirtió el Sahara Occidental en la provincia número 53, la más extensa del Estado. Para dar credibilidad a su engañosa buena voluntad dotó a la población saharaui de DNI,s, Libros de Familia, contratos de trabajo…españoles, “papeles” que los viejos nómadas atesoran en cajas de cartón. Es verdad que fue decisión de un Estado dictatorial, pero también lo es que ningún gobierno de la democracia lo cuestionó nunca y no lo anuló formalmente, quizá porque no les dio tiempo: un hombre-bisagra entre la dictadura y la democracia, Juan Carlos, se encargó personalmente de sacrificar a un pueblo, por demanda del entonces Secretario de Estado USA, H. Kissinger, a cambio del apoyo de EEUU a su inminente reinado.
Y es ahí en donde tengo para mí que, intereses económicos y dependencias políticas varias aparte, se enmarca el hecho de que los gobiernos de España nieguen la nacionalidad española a saharauis que reúnen los requisitos y cumplen las exigencias, entre otras, estando en posesión de antecedentes familiares documentados como españoles. La razón de la denegación es la de proceder de un “país no reconocido”, cuando España sigue siendo, de jure, la potencia administradora de un Territorio, el Sahara Occidental, tenido como Territorio No Autónomo Pendiente de Descolonización, según la ONU y la legislación internacional.
Pero, claro, reconocerlo sería tanto como dejar en feo aquel viaje del todavía príncipe, autoinvestido con plenos poderes de Jefe de Estado, que anticipó la firma de los acuerdos -inexistentes porque nunca fueron oficialmente publicados- del 14 de noviembre de 1975, por el que España entregó el Sahara Occidental, con sus gentes y sus recursos, al tirano genocida Hassan II. (La participación de Mauritania en el reparto merece comentarios propios, por el papel asignado de convidado de piedra).
Hace apenas un año, la periodista y escritora Rosa Montero dedicó una de sus columnas en el diario El País a exponer y denunciar la denegación de nacionalidad española a la saharauiya Zahra, con el argumento del “no reconocimiento”. Zahra reside desde hace más de veinte años en España, en donde han nacido sus dos hijas, y en donde trabaja en el sector sanitario, y tributa a la Seguridad Social. Según la Asociación Profesional de Abogados Saharauis en España (APASE) son más de 400 los saharauis a los que se les niega el derecho que les asiste a la nacionalidad española. Siempre el mismo, el argumento sin argumentación.
El “no reconocimiento” por parte de España se compadece con la negativa a conceder al joven saharaui Hassana Alia el Asilo político, denegación acompañada de orden de expulsión. Fue condenado por un tribunal marroquí -después de haber sido absuelto por otro civil-, sin garantías procesales ni jurídicas, a cadena perpetua, por haber participado en el campamento saharaui de protesta en Gdeim Izik (El Aaiún) en octubre de 2010. Su regreso a El Aaiún supondría el encarcelamiento y tortura hasta la muerte. Pero, claro, conceder el Asilo político a Hassana, eso sí supondría un reconocimiento: el de que las fuerzas invasoras y ocupantes en el Sahara Occidental persiguen, encarcelan, torturan, matan, hacen desaparecer a saharauis, por el mero hecho de serlo. Y eso el gobierno de España no tiene la decencia de reconocerlo. Ninguno la ha tenido.
Desde el día 27 de febrero de 1976 nunca la bandera marroquí se izó tan alta, ni se arrió tan baja, la española.

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